La vida es como una gran carrera de ciclismo cuya meta es hacer realidad la Leyenda Personal, aquello, que según los alquimistas, es nuestra verdadera misión en la Tierra.
En la salida partimos juntos, llenos de camaradería y entusiasmo. Pero a medida que la carrera se desarrolla, la alegría inicial deja lugar a los verdaderos desafíos: el cansancio, la monotonía, las dudas sobre la propia capacidad. Nos damos cuenta de que algunos amigos ya han desistido, y de que otros apenas siguen corriendo porque no pueden parar en mitad de una carretera. Este grupo se va haciendo cada vez más numeroso, con todos pedaleando al lado del coche de apoyo-también conocido como rutina-donde conversan entre sí y cumplen con sus obligaciones, pero se olvidan de las bellezas y de los desafíos del camino.
Terminamos por distanciarnos de ellos, y entonces nos vemos obligados a enfrentar la soledad, las sorpresas con las curvas desconocidas, los problemas con la bicicleta. En un momento determinado, tras algunas caídas que sufrimos sin tener a nadie cerca para ayudarnos, terminamos preguntándonos si merece la pena tanto esfuerzo.
Si, si que vale la pena ,se dice que para que nuestra alma esté en condiciones de superar estos obstáculos, necesitamos las Cuatro Fuerzas Invisibles: el amor, la muerte, el poder, y el tiempo.
Es necesario amar, porque todos somos amados por Dios. Es necesaria la conciencia de la muerte para entender bien la vida. Es necesario luchar para crecer, pero sin dejarse engañar por el poder que acompaña el crecimiento. Finalmente, es necesario aceptar que nuestra alma –aunque sea eterna- se encuentra en estos momentos presa de telaraña del tiempo, con sus oportunidades y limitaciones. En definitiva, en nuestra solitaria carrera en bicicleta, tenemos que actuar como si el tiempo existiese, hacer lo posible para valorar cada segundo, descansar cuando sea necesario, pero continuar siempre en dirección a la Luz Divina, sin jamás dejarse paralizar por los momentos de angustia. En el alma el hombre se encuentra el alma del mundo, el silencio de la sabiduría.
Paulo Coelho.
Muy interesante texto, me cae súper bien!
ResponderEliminarUn Besito Marino
Un texto muy interesante, gracias princesa!
ResponderEliminarUn Besito Marino
Pues me recuerda a los anhelos de San agustin:
ResponderEliminar¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera.
Y fuera te andaba buscando y, como un engendro de fealdad, me abalanzaba sobre la belleza de tus criaturas.
Tu estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente.
Me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera.
Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera.
Exhalaste tus perfumes, respiré hondo y suspiro por ti.
Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed.
Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz.