José Empa-Tizado tenía una característica que lo distinguía: ponerse en el lugar del otro. Registraba rápidamente los estados emocionales de todo aquel que circulara por sus alrededores (olfato emocional, que le dicen…). De chiquito, ya desarrolló esa tendencia. Por ejemplo, captaba la tristeza de su madre. Casi de inmediato, empezaba a sentir algo similar. Le seguía otro proceso: “¿tendré algo que ver con su tristeza, habré hecho algo malo que entristeció a mi mamá?”. Ahí no terminaba el asunto; venía otro cuestionamiento: “¿qué puedo/debo hacer para que mi mamá salga de ese estado?”.
Esta secuencia se repetía a lo largo de toda su vida:
1- Me doy cuenta que siente el otro
2- Lo llego a sentir
3- Me siento responsable por todo lo que le pasa a los demás
4- Tengo que hacer algo lo más rápido posible para que el otro mejore.
Lo que en principio era una virtud para conectarse con los demás, terminaba siempre generándole lazos de dependencia y ataduras emocionales. No tenía problemas para acercarse al otro. El tema se complicaba cuando había que empezar a tomar un poco de distancia.
Hay dos formas de vincularse disfuncionalmente con un principio de salud mental o espiritual. Un modo es la ausencia o la escasez de ese principio. La otra manera es vivir ese concepto en exceso, con desequilibrio.
¿Empatía? ¿Ponerse en el lugar del otro? ¡Bienvenido sea!
¿Empatitis (no hepatitis)? ¿Empatía sin límites? ¿Vivir en función del otro, haciéndome cargo de sus sentimientos? ¡No, no y no! Podremos comprender, acompañar un poco, orientar. Pero el exceso propio de la empatitis, produce una ligadura emocional que atenta contra el crecimiento de todas las partes involucradas.
Y ¡atención! que no siempre la “empatitis” es altruista. Muchas veces puede serlo. Pero en otros casos, es un modo sutil de escapar a nuestra propia existencia. Nos evadimos de nuestros propios sentimientos refugiándonos en lo que los demás piensan, sienten o desean.
Encontremos la distancia óptima con cada persona. No siempre estar “pegaditos””es la mejor forma de ayudar al prójimo. No siempre una mala cara cercana es responsabilidad nuestra. No siempre tenemos que salir corriendo a hacer algo para que el otro cambie su estado emocional.
Amigo, el otro necesita ciertos vacíos y sufrimiento para ir desarrollando sus propios recursos y seguir creciendo. Dios quiere que cada uno se haga cargo de su propia vida. Sólo en Él están los recursos para crecer con autonomía. No intentemos sacarle a Dios el lugar que le corresponde.
Gustavo Bedrossian.
(La imágen pertenece a Irma Gruenholz)
Conozco bien esta enfermedad, me viene muy bien este texto Pao, es para mi un mensaje, gracias.
ResponderEliminarBesos:)
Tambien a mi me vino bien ,somos dos.
ResponderEliminar=)
José Empa-Tizado me recuerda una época en la cual me plantee muy seriamente cual es la frontera (difusa) que separa el hecho de ayudar al otro o interferir con su línea de vida...Los límites (propios y ajenos) ayudan a esclarecer este concepto. Maravillosa la nota.
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